miércoles, 16 de febrero de 2011

La Séptima Coalición

La Séptima Coalición (1815) unió a Reino Unido, Rusia, Prusia, Suecia, Austria, los Países Bajos y cierto número de estados alemanes contra Francia.
El periodo conocido como los Cien Días comenzó cuando Napoleón abandonó Elba y desembarcó en Cannes, el 1 de marzo de 1815. A medida que se trasladaba hacia París, fue recabando apoyos por donde pasaba, y finalmente derrocó al recién restaurado Luis XVIII sin haber disparado un solo tiro, siendo llevado en hombros hasta el palacio de las Tullerías por la multitud enardecida. Los aliados prepararon de inmediato sus ejércitos para enfrentarse a él de nuevo. Napoleón alistó a 280.000 hombres, divididos en muchos ejércitos. Antes de su llegada había un ejército de 90.000 hombres, y consiguió reunir a más de un cuarto de millón, veteranos de pasadas campañas, y promulgó un decreto para movilizar alrededor de 2,5 millones de hombres en el ejército francés.
Esto fue lo que dispuso frente a un ejército aliado inicial de alrededor de 700.000 soldados, aunque los planes de campaña aliados tenían previsto el refuerzo de un millón de efectivos en las tropas fronterizas, apoyadas por unos 200.000 soldados de guarnición, logística y personal auxiliar. Se pretendía que esta fuerza sobrepasara abrumadoramente al numéricamente inferior ejército imperial francés, el cual nunca llegó a aproximarse ni de lejos al número de efectivos de 2,5 millones pretendido por Napoleón.
Mapa de la campaña de Waterloo.
Napoleón condujo a unos 124.000 hombres del ejército al norte en una maniobra preventiva para atacar a los aliados en Bélgica. Su intención era atacar a los ejércitos aliados antes de que llegaran a unirse, con la esperanza de echar a los ingleses al mar y echar a los prusianos de la guerra. Su marcha a la frontera tuvo el efecto sorpresa que había esperado. Forzó a los prusianos a luchar en la Batalla de Ligny el 16 de junio, derrotándolos y haciéndoles retroceder en una desordenada desbandada. Ese mismo día, el ala izquierda del ejército, bajo el mando del mariscal Michel Ney, detuvo con éxito a todas las fuerzas que Wellington enviaba en ayuda del comandante prusiano Blücher, con una acción de bloqueo en la Batalla de Quatre Bras. Sin embargo, Ney no pudo despejar los cruces, y Wellington reforzó su posición. Con los prusianos en retirada, Wellington se vio forzado a retirarse también. Se reagrupó en una posición que había reconocido previamente en una ladera del monte Saint Jean, a pocas millas al sur de la villa de Waterloo (Bélgica), en Bélgica. Napoleón llevó sus reservas al norte, y reunió a sus fuerzas con las de Ney para perseguir al ejército de Wellington, pero no sin antes ordenar al mariscal Grouchy que se desviara al ala derecha y detuviera la reorganización del ejército prusiano. Grouchy falló en este empeño, porque aunque venció a la retaguardia prusiana bajo el mando del Teniente General von Thielmann en la Batalla de Wavre (del 18 de junio al 19 de junio), el resto del ejército prusiano marchó bajo el sonido de los cañones en Waterloo.
El principio de la Batalla de Waterloo, en la mañana del 18 de junio de 1815, se retrasó durante muchas horas, ya que Napoleón estaba esperando que el suelo se secara tras la lluvia de la noche anterior. A últimas horas de la tarde, el ejército francés no había podido expulsar a las tropas de Wellington de la ladera escarpada donde estaban. Cuando llegaron los prusianos y atacaron el flanco derecho francés en número cada vez mayor, la estrategia de Napoleón de mantener a los aliados divididos había fallado, y su ejército se encontró en una confusa retirada, empujado por un avance combinado de los aliados.
Grouchy se redimió en parte al organizar con éxito una retirada en orden hacia París, donde el mariscal Davout tenía 117.000 hombres preparados para hacer retroceder a los 116.000 hombres de Blücher y Wellington. Esto hubiera sido militarmente posible, pero fue la política finalmente la que precipitó la caída del Emperador.
Al llegar a París, tres días después de Waterloo, Napoleón todavía se aferraba a la esperanza de la resistencia nacional, pero los cargos políticos, y el público en general, le había retirado su apoyo. Napoleón fue forzado a abdicar de nuevo el 22 de junio de 1815. Los aliados le exiliaron entonces a la remota isla de Santa Helena, en el Atlántico Sur.
Las "Guerras Napoleónicas" tuvieron tres grandes repercusiones sobre el continente Europeo:
  • En muchos países de Europa, la importación de los idealismos de la Revolución francesa (democracia, procesos justos en los tribunales, abolición de los derechos privilegiados, etc) dejaron un profundo impacto. A pesar de que las reglas de Napoleón eran autoritarias, eran ciertamente menos arbitrarias y autoritarias que las de los monarcas anteriores (o que las de los jacobinos y el régimen del Directorio durante la Revolución). Los monarcas europeos encontraron serias dificultades para reponer el absolutismo pre-revolucionario, y se vieron forzados en muchos casos a mantener algunas de las reformas inducidas por la ocupación. El legado institucional ha permanecido hasta hoy. Muchos países europeos tienen un sistema de leyes civiles, con un código legal claramente influido por el código napoleónico.
  • Francia no volvió a ser una potencia dominante en Europa, como lo había sido desde los tiempos de Luis XIV.
  • Se desató un nuevo y potencialmente poderoso movimiento: el nacionalismo. El nacionalismo va a cambiar el curso de la historia de Europa para siempre. Fue la fuerza que empujó el nacimiento de algunas naciones y el fin de otras. El mapa de Europa tuvo que ser redibujado en los siguientes cien años tras las Guerras Napoleónicas sin basarse en las normas de la aristocracia, sino en las bases de la cultura, el origen y la ideología de las gentes.
  • Gran Bretaña se convirtió en la potencia hegemónica indiscutible en todo el globo, tanto en tierra como en el mar. La ocupación de los Países Bajos por Francia al comienzo de las guerras le sirvió de pretexto, así mismo, para tomar una a una las colonias holandesas en ultramar, quedándose con aquellas de mayor valor estratégico como Ceilán, Malaca, Sudáfrica y Guyana al final de la contienda.
  • La guerra en la Península Ibérica dejó completamente destrozada a España, así como su armada y ejército. Esta situación fue aprovechada por los grupos independentistas de sus colonias americanas para sublevarse contra la metrópoli, influidos por los ideales de las revoluciones americana y francesa. Para 1825, toda la antigua América española, con la excepción de Cuba y Puerto Rico, se había convertido en repúblicas independientes o había pasado a formar parte de Estados Unidos (Florida, Luisiana), Gran Bretaña (Trinidad) o Haití (Santo Domingo).
Por sobre todo, se forjó un nuevo concepto mundial de Europa. Bonaparte mencionó en muchas ocasiones su intención de moldear un estado europeo único y, a pesar de su trágico fracaso, este internacionalismo volvería a surgir al transcurrir 150 años, cuando se redescubrió la identidad europea luego de la Segunda Guerra Mundial.

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